Diócesis de Añatuya, 50 años de amor a los más pobres expresado en obras

La historia de la diócesis de Añatuya nos habla de una Iglesia misionera que lleva adelante la evangelización de manera integral, con obras pastorales educativas, asistenciales y de promoción social

Los invitamos a repasar los primeros cincuenta años de vida de la diócesis de Añatuya. Una historia de amor a los más necesitados expresado en acciones concretas, expresado en obras, que llenaron de esperanza a nuestros hermanos de la región del chaco santiagueño.

Comenzamos el recorrido con un fragmento del libro “El Obispado de Añatuya, 1961-1993” de la historiadora santiagueña Norma Mercedes Salas.

La creación del obispado de Añatuya
Su Santidad Juan XVIII dispuso la creación del obispado de Añatuya a través de una Bula de fecha 10 de abril de 1961. En ella se menciona la petición y sugerencia del Nuncio Apostólico, Humberto Mozzoni, y la intervención del obispo de Santiago del Estero, monseñor José Weimann, quien falleció pocos días antes de emitirse el documento papal.

El territorio provincial, a los efectos eclesiásticos, quedó dividido por una línea que sigue el curso del Río Salado: al oeste el obispado de Santiago del Estero; hacia el este, rodeado por sus similares de Salta, Resistencia y Rafaela (creado al mismo tiempo), se hizo realidad el obispado de Añatuya.

La ciudad que le da el nombre fue elegida como sede y su templo de San José como cátedra episcopal en forma provisoria.

Como se determinara que estuviera dentro de la jurisdicción eclesiástica inmediata de Tucumán, el obispo de Añatuya tendría como metropolitano al arzobispo de aquella provincia, monseñor Juan Carlos Aramburu. Fue este prelado quien presentó al pueblo su primer obispo, monseñor Jorge Gottau, el primero de octubre de 1961.

El nuevo obispo había desempeñado hasta entonces el cargo de provincial de la congregación del Santísimo Redentor. La tierra que se le encomendó comprende los departamentos de Copo, Alberdi, Matará (ahora Juan Felipe Ibarra), Moreno, Taboada, Belgrano y parte de Figueroa: más de 100 mil almas dispersas en 68.000 km2 y en ese momento, sólo siete sacerdotes para su atención espiritual.

Monseñor Gottau conocía la región y debió comprender la magnitud de la tarea que le esperaba. Misionero desde siempre, prometió perseverar en esa condición, promesa que cumplió fervorosamente.

Continuamos este recorrido recordando los primeros pasos de la diócesis con algunos párrafos del libro “Recuerdos” escrito por el padre Emilio de Elejalde, quien llegó a Añatuya con la intención de acompañar a monseñor Gottau durante los primeros seis meses al frente del obispado y finalmente se quedó con él los 31 años de su servicio episcopal.

La primera gira, en la que tomamos contacto con las siete parroquias existentes, fuel el comienzo de una permanente actividad itinerante del señor obispo, que quiso llegar hasta los lugares más remotos para ver quiénes vivían y cómo. Muchas veces fuimos abriendo huellas sin saber a dónde llegaríamos; en otras oportunidades, tuvimos que retornar porque se nos venía la noche en medio del monte…

El balance de la primera gira fue desalentador: siete parroquias y siete sacerdotes, ninguna capilla, ninguna religiosa, 68.000 km2 de territorio, 100.000 habitantes…

Ante la desoladora imagen del interior de nuestra diócesis lo primero que pensamos, como buenos redentoristas, fue en llevar misioneros ya que, sin pequeños templos y sin casas religiosas era imposible tener per-sonal fijo. El trabajo del misionero fue muy importante porque era el punto de partida para fortalecer el alto grado de religiosidad que había en la gente, al que había que dar continuidad. Así surgió la idea de construir centros de irradiación espiritual que tuvieran, por lo menos, la presencia de un catequista. De esta forma comenzaron, durante el verano de nuestra llegada los cursos de catequesis que se repetirían todos los veranos…

Comenzamos con misiones populares como se predicaban en ese tiempo, suponiendo un principio de fe y llamando a la conversión. El sacerdote iba, predicaba y se daba cuenta de que lo seguían, pero como fuera del Bautismo no habían tenido ninguna otra formación religiosa y no había infraestructura que permitiera la prédica permanente, los logros eran lentos…

Cuando con grandes dificultades se lograba la presencia de algún sacerdote, se trataba de que permaneciera al menos entre ocho y quince días en un mismo lugar. Se instalaba en los parajes más poblados porque allí siempre había una escuela con un corredor o un aula que podían convertirse en capilla provisoria…

Los dos, el obispo y yo, veníamos de una congregación misionera que tiene como objetivo predicar a la gente en las regiones más pobres. De alguna manera, cuando llegamos a Añatuya, nos encontramos “en nuestra salsa” y la misiones se predicaron desde nuestra llegada. Toda la diócesis era recorrida de punta a punta cada cinco años por misioneros redentoristas y de otras congregaciones, por muchos sacerdotes, religiosas y también laicos. Se predicaba para tratar de crear la inquietud y la necesidad de Dios en la vida, pero nos dimos cuenta de que, como dice santo Tomás: “A estómago vacío, mucho no se le puede predicar”.

El obispo veía las tremendas carencias de nuestra gente pero no contaba con los recursos para acudir con un plan asistencial ni para crear una infraestructura que le permitiera llevar adelante la imprescindible tarea de evangelizar. En 1962 lo citaron al Concilio Vaticano II y de ahí surgen muchas cosas. Monseñor se conectó con muchos obispos, sobre todo, con los alemanes. Du-rante el Concilio se le acercó un prelado alemán que le dijo: “Acabo de escuchar que usted tiene un obispado muy, muy pobre, ¿qué es lo que necesita? Yo soy el presidente de Adveniat”. Para esa fecha habíamos comenzado el colegio San Alfonso, entonces monseñor Gottau le respondió: “Queremos hacer un colegio secundario”. El presidente de Adveniat le dijo: “¿Cuánto necesita?” “Unos setenta mil marcos”. Al poco tiempo estaba el dinero y ese fue el comienzo de los colegios…

A partir de ese momento, todos los años, monseñor realizaba giras por Alemania, que significaron un importante apoyo para llevar adelante planes de asistencia, de desarrollo comunitario y para la creación de la infraestructura religiosa necesaria para la evangelización…

Resulta prácticamente imposible recordar el orden en que se fueron edificando las parroquias y las capillas. Se hicieron de acuerdo con las necesidades y con el personal religioso que se conseguía. Lo cierto es que de siete parroquias pasamos a veintidós y de ninguna capilla a ciento cincuenta, a lo largo y a lo ancho del territorio, en lugares a veces inconcebibles. Pero ahí están…

Ciento cincuenta capillas son ciento cin-cuenta focos de espiritualidad y lugares de convocatoria para la gente porque en la mayoría de las parroquias y centros misionales, además de las obras apostólicas (catequesis, Legión de María, grupos de matrimonios, de jóvenes, de cursillistas, etc.), hay talleres de capacitación en corte y confección y tejido, en dactilografía y otros oficios, ade-más de dispensarios dotados en su mayor parte con salas de primeros auxilios…

Los centros de espiritualidad estaban en mar-cha pero faltaba lo más difícil de conseguir: sacerdotes y religiosas. El obispo escribió mu-chas cartas dirigidas a los provinciales de todas las congregaciones. En ellas describía el panorama real, no les ofrecíamos nada, sólo trabajo, sacrificio y pobreza, que era lo que teníamos. Monseñor Gottau buscó y pidió sacerdotes en todas las ocasiones y lugares. Él siempre decía que sin personal no se hace una diócesis…

Las primeras tres hermanas que llegaron fueron las Vicentinas, en 1962… De España vinieron las Hermanas de la Cruz, una orden que sólo existía en Andalucía… Luego vinieron hermanas de muchas otras órdenes. Tenemos Franciscanas de Gante, Dominicas de la Anunciata, Dominicas de la Presentación, Escolapias, Hermanas de San Carlos Borromeo que vinieron de la India… Tenemos Carmelitas de Santa Teresa… Del Perú llegaron las Hermanas de Jesús Verbo y Víctima…

Actualmente tenemos sacerdotes italianos, polacos, alemanes y argentinos. De siete sacerdotes que había cuando llegamos, tenemos treinta y cinco. No había ninguno del clero y hoy tenemos diez que se han ordenado para trabajar en Añatuya… Hay una gran cantidad de distintas congregaciones y con una gran alegría, porque el señor Obispo no ha hecho diferencias y ha visitado y estado en contacto permanente con todos. Esto se refleja en la ausencia de tensiones y en la alegría que se vivía en las reuniones de Pastoral que realizábamos por lo menos dos veces por año y a veces tres…

Fuimos haciendo camino a partir de las necesidades espirituales y materiales de la gente. Todos los proyectos eran a corto plazo porque no había tiempo para el largo plazo. Por eso no se edificaron grandes templos. Todo se pensó de manera muy sencilla y así, todas las obras que se comenzaron se terminaron, nada quedó a medio hacer. Pero falta mucho, en treinta años no se construye una Iglesia. La Iglesia son las personas, no el templo material y en ese tiempo no se construye una Iglesia de personas. Yo diría que está en pañales, ahora hay que alimentarla lo mejor posible para que crezca.

Hasta aquí un relato más que interesante de los comienzos de la diócesis. Como descripción de todo lo hecho por monseñor Gottau al frente del obispado de Añatuya publicamos su última carta, escrita conjuntamente con el padre Emilio, en la página 12 de nuetra revista.

Monseñor Jorge estuvo al frente de la diócesis hasta el 19 de diciembre de 1992, cuando partió acompañado por el padre Emilio de Elejalde. Ese día se cumplía 50 años de su ordenación sacerdotal. Jorge Gottau falleció en Buenos Aires el 24 de abril de 1994. Sus restos se encuentran en la catedral de Añatuya.

El segundo obispo de Añatuya fue monseñor Antonio Baseotto, CSsR, también sacerdote redentorista, quien tomó posesión el 20 de diciembre de 1992, había sido designado por el papa Juan Pablo II como obispo coadjutor el 24 de enero de 1991.

En su libro “Recuerdos” el padre Emilio dedica el siguiente párrafo a monseñor Baseotto:

El padre Baseotto estuvo en Añatuya hasta mi llegada, el 5 de octubre, y volvería durante los calurosos veranos santiagueños para pasar sus vacaciones con nosotros. Cuando en 1975 muere el padre Emilio Gidasewsky, padrino de bautismo de monseñor Gottau, obtuvo el permiso de los redentoristas para quedarse en la diócesis y comenzó a tomar a su cargo el área pastoral hasta su nombramiento como delegado diocesano pastoral, cargo que tendría hasta su designación como obispo coadjutor en 1991.

Norma Salas escribe: “También misionero, monseñor Basseotto continua la búsqueda del bienestar y la elevación espiritual de sus fieles, con esa especial condición que mostraron todos los hombres del obispado.”

Monseñor Basseotto trabajó para dar continuidad a la obra de evangelización y promoción humana iniciada por Jorge Gottau. Durante su servicio episcopal se crearon nuevos establecimientos educativos, creció el número de capillas y se continuó el plan de construcción de viviendas. Principalmente se promovió y acompañó el trabajo de los movimientos laicales.

Monseñor Antonio rigió pastoralmente la diócesis hasta el 19 de diciembre de 2002, fecha en que partió para ser consagrado al frente del Obispado Castrense.

Desde la partida de monseñor Basseotto hasta la llegada de monseñor Uriona, en mayo de 2004, estuvo al frente del obispado el padre Hernán González Cazón, nacido en la ciudad de Buenos Aires y ordenado sacerdote en Añatuya por imposición de manos de monseñor Gottau.

En marzo de 2004 el papa Juan Pablo II nombró al actual obispo, mons. Adolfo Armando Uriona, fdp, sacerdote de la Obra Don Orione, quien tomó posesión de la diócesis el 29 de mayo de 2004.

Monseñor Adolfo impulsa una fuerte renovación de la pastoral de la diócesis centrada en la lectura orante de la Biblia. Como preparación para el Jubileo diocesano por el Cincuentenario de la diócesis convocó a una preparación de tres años con los siguientes lemas: en 2008 “La Iglesia es nuestra casa: en ella nos encontramos como hermanos y juntos anunciamos el evangelio”; en 2009 “Acompañemos a nuestras familias hacia el pleno encuentro con Jesucristo” y en 2010 “De habitantes a ciudadanos y de bautizados a discípulos-misioneros”.

Desde el 1º de octubre de 2010 se celebró el Año Jubilar diocesano con la “Gran Misión Diocesana”, el lema diocesano para este año es “De una Iglesia misionada a una Iglesia discípula-misionera”.

El año jubilar diocesano finaliza con un encuentro de tres días en el que se espera la participación de más de 1000 agentes de pastoral de todo el territorio de la diócesis. Dicho encuentro se desarrollará en la ciudad de Añatuya, del 30 de septiembre al 2 de octubre. Recemos para que este encuentro sea el punto de partida de un trabajo pastoral con amplia participación de los laicos de toda la diócesis.

Terminamos aquí el repaso de los primeros 50 años de la diócesis, les proponemos continuar recorriendo las notas de nuestra revista para conocer más sobre la actualidad de la querida diócesis de Añatuya.