Carta Pastoral del padre obispo Adolfo Uriona
Nota aclaratoria
Publicamos la última carta pastoral de nuestro obispo de Añatuya y presidente de la Fundación Gottau ya que resulta de vital importancia para el desarrollo del triduo de años (2008-2010) de preparación del año jubilar (2011) en el que celebraremos los 50 años de la creación de la diócesis. La aclaración es pertinente porque en la introducción hace alusión a la Cuaresma que, en el momento en que usted tiene esta revista en sus manos ya fue celebrada. Por eso, los invitamos a leer esta carta en el contexto pascual que ya estamos viviendo y a predisponernos adecuadamente para vivir el triduo en forma personal, familiar y comunitaria.
Queridos hermanos:
La cuaresma es un “tiempo fuerte”, es decir, un tiempo especial de 40 días en el cual, los que seguimos al Señor, vamos disponiendo el corazón para celebrar la fiesta más grande de nuestra fe cristiana: la conmemoración del misterio de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
No podemos celebrar así nomás este misterio central de nuestra fe; para hacerlo con fruto es necesario prepararnos y prepararnos bien. Por ello la Iglesia nos propone este tiempo que podríamos llamar de “entrenamiento espiritual”.
Todos sabemos que si un deportista se descuida y no se entrena va al fracaso. También constantemente los médicos nos instruyen acerca de los peligros a los que puede llevar una vida sedentaria o desordenada. Constantemente, a través de los medios de comunicación, se aconseja hacer, aunque sea un mínimo de ejercicio corporal, a fin de prevenir muchas enfermedades, incluso la muerte.
Podemos aplicar esto mismo al plano espiritual. Si no nos entrenamos a través de la oración que expresa la relación con Dios, el ayuno que nos pone en una relación correcta con las exigencias de nuestro cuerpo y la limosna que señala la relación con nuestro prójimo, nuestra alma se enferma y se atrofia.
La Cuaresma es un tiempo particular de entrenamiento que la Iglesia nos ofrece: ¡aprovechémoslo! y obtendremos frutos que nos encaminarán hacia la salvación.
PREPARÁNDONOS PARA EL AÑO JUBILAR
Considero la Cuaresma como un tiempo propicio de gracia para lanzar la preparación al AÑO JUBILAR que viviremos en el 2011, puesto que el 1° de octubre de ese año se cumplirán 50 años de la toma de posesión e inicio del gobierno pastoral del primer obispo de la diócesis de Añatuya, monseñor Jorge Gottau.
A raíz de este acontecimiento, hemos decidido, en el Consejo Presbiteral realizar un triduo de años (2008-2010) como tiempo preparatorio al Jubileo diocesano del 2011.
La temática de cada uno de estos tres años la tomaremos de las Acciones destacadas que aparecen en el capí-tulo 5 del Documento del Episcopado Argentino Navega mar adentro.
Para el 2008, tomamos la Acción n° 1 que lleva por título: “Hacer de la Iglesia casa y escuela de comunión”. En base a esto, en la reunión del Consejo presbiteral de diciembre de 2007 hemos elaborado un lema que guiará toda nuestra acción pastoral durante este año, que dice así:
“La Iglesia es nuestra casa: en ella nos encontramos como hermanos y juntos anunciamos a Jesucristo ”
Es importante profundizar el sentido de este lema a fin de que nos ayude a encaminar toda la actividad que emprendamos en el año, por el bien de nuestros hermanos, particularmente los más pobres y los alejados.
a) La Iglesia es nuestra casa:
“Desde el umbral del tercer milenio, el Papa nos invita a hacer de la Iglesia «casa y escuela de comunión». Por tanto, el gran desafío de nuestras diócesis consiste en abrir espacios de encuentro, reflexión y fiesta, en generar un ambiente acogedor y cálido donde todos los bautizados puedan vivir los diversos carismas con verdadero y fecundo espíritu de caridad, de verdad y de unidad en la diversidad, en plena comunión con el obispo que preside. Esto significa, en concreto, recrear los espacios eclesiales habituales para hacerlos suficientemente atrayentes y aglutinantes: familias, comunidades parroquiales, instituciones educativas, comunidades de consagradas y consagrados, asociaciones, pequeñas comunidades y movimientos”.
El gran desafío de nuestras comunidades pastorales (parroquias, capillas, escuelas, instituciones varias…) será buscar la manera de cómo ir creando un “espacio de encuentro, reflexión y fiesta, en generar un ambiente acogedor y cálido…”.
Muchas veces y por motivos diversos nuestras comunidades no son atractivas ni acogedoras; las personas no se sienten a gusto en ellas y por eso no participan o se retiran, dejando de frecuentar la práctica cristiana.
No se percibe a la Iglesia como un hogar, es decir, como un ambiente cálido donde pueda sentirme contenido, compartiendo los talentos que Dios me regaló con los hermanos; donde tenga la oportunidad de alimentarme de la riqueza de la Palabra de Dios y de la Eucaristía y donde pueda experimentar esa alegría auténtica que viene de Dios y que el mundo, con su variadísima oferta de diversión, no me puede dar.
Hoy como nunca se necesita que nuestra Iglesia sea un hogar; es la respuesta para un ser humano que anda solo y errante. Sería la respuesta para un hombre que ha dejado de ser peregrino, es decir, alguien que camina, lucha, se fatiga, cae y se levanta, pero con una orientación, un sentido que le marca el rumbo, y se ha convertido en un errante, es decir, alguien que da vueltas y vueltas en un desierto solitario sin saber adonde ir...
¡Cuántas personas, particularmente jóvenes, nos están reclamando -quizás sin expresarlo verbalmente- que les demos una mano, que los escuchemos, que no los dejemos solos!
Creo que la preparación al Jubileo diocesano puede ser una magnífica oportunidad para renovar todas nuestras estructuras pastorales en este sentido:
“… Sólo así la Esposa de Jesucristo resucitado, con el cautivante aroma de su testimonio de santidad comunitaria, será un signo vivo y creíble en medio de nuestra sociedad, y prenda alegre y humilde de reconciliación, diálogo y encuentro” (Navega mar adentro, 83)
b) …en ella nos encontramos como hermanos:
Continua diciéndonos Navega mar adentro:
“Antes de programar iniciativas concretas, es necesario promover una espiritualidad de comunión. Se trata de un principio educativo y un camino espiritual. Tiene su punto de partida en una actitud del corazón del varón y de la mujer que contempla el misterio de la Trinidad, manifestado en Jesucristo, reconoce su luz y su huella en los seres humanos y es capaz de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico como alguien que le pertenece, valorando todo lo bueno que Dios ha sembrado en él y dándole espacio en su propia vida” (nº 84).
Es fundamental que nuestras insti-tuciones sean realmente comunidad; en las mismas se han de crear las condiciones para que puedan convertirse en un verdadero espacio de hermandad. Esto sólo es posible si vivimos una auténtica y real espiritualidad de comunión, lo cual como dice el documento, es un principio educativo y un camino espiritual.
Esto significa que hemos de tomar paulatinamente conciencia de ese principio educativo a fin de realizar el esfuerzo y el trabajo que corresponde.
Sabemos que la comunión no se da por sí sola y espontáneamente. El pecado que todos llevamos dentro y el pecado social que nos condiciona desde afuera, infecta nuestra relación con los demás fomentando actitudes de competencia, hostilidad y división. Esto lo vemos y lo experimentamos a diario en la familia, en el barrio, en los parajes del campo, en el trabajo y en todos los ámbitos de nuestra actividad.
Tenemos que ponernos en camino para ir creando fraternidad, para ir impregnando nuestras personas y nuestras estructuras de la fuerza del Evangelio que nos invita a contemplar en todos nuestros hermanos el rostro de Jesús.
Nuestra Iglesia es católica y eso significa universal. TODOS tendrían que tener cabida en ella. Para TODOS debería ser el ámbito natural donde encontrarse como hermanos, superando la rivalidad y la enemistad que genera nuestra sociedad.
“La espiritualidad de comunión requiere de espacios originales e instituciones creativas, donde se eduque en la convivencia humana, con un estilo cordial y respetuoso…” (nº 86).
Finalmente, para vivir la espiritualidad de comunión es indispensable alimentar nuestra vida con los medios de santificación que nos brinda la Iglesia, particularmente la Eucaristía:
“Una auténtica espiritualidad de comunión nace de la Eucaristía. Ella colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano. No es casual que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos de este sublime sacramento. Del mismo modo, esta actitud del corazón se alimenta en la escucha constante de la Palabra de Dios, en la liturgia dominical, en la celebración gozosa del sacramento del perdón, en la oración personal y en la vida comunitaria con todas sus exigencias” (nº 85).
c) … y juntos anunciamos a Jesucristo:
Es el aspecto misionero del lema que estamos proponiendo como guía para nuestra pastoral durante este año.
La comunidad creyente no sólo se reúne para encontrarse como hermanos, nutrirse de la lectura orante de la Palabra de Dios y recibir los sacramentos sino que es enviada. El anuncio forma parte esencial de su vida y de su misión. ¡Nunca debemos descuidar este punto!
Así nos lo recuerda el Documento de Aparecida:
“Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cfr. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión al mismo tiempo que lo vincula a él como amigo y hermano. De esta manera, como él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma” (nº 144).
Es la Iglesia que nos acoge y donde nos experimentamos hermanos que comparten la misma fe; sin embargo no permanecemos adentro encerrados. “Todo discípulo es misionero” por tanto debe salir y cumplir el “encargo preciso” de Jesús antes de ascender a los cielos:
“Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20).
Esto es lo que hicieron los discípulos después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés (cfr. Hech 2) y allí comenzó a desarrollarse la Iglesia.
Como dice claramente el Documento de Aparecida, “cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana”, es decir, si nos consideramos cristianos, seguidores de Jesús, debemos ser misioneros.
Ese mandato de evangelizar sigue vigente hoy más que nunca ante una sociedad cada vez más secularizada donde tantas personas han perdido la relación vital con Dios. Es como si se quisiera expulsar al Señor de la vida de este mundo.
A este respecto quiero citar un párrafo del cardenal Carlo María Martín (si hay una foto la ponemos), arzobispo emérito de Milán que escribía hace casi 20 años atrás y donde muestra la urgencia de una nueva evangelización:
"Tal vez no estemos convencidos totalmente de que nuestra sociedad, por tantos motivos, está en decadencia y va irremediablemente hacia una pérdida del sentido de Dios. Hoy el hombre tiene necesidad de las realidades trascendentes porque las ha deteriorado tanto que desea volver a encontrarlas como nuevas. Hoy la fe como tal, profesada libremente a nivel consciente, se encuentra amenazada por dificultades intelectuales o existenciales ya a priori respecto de cada uno de los enunciados de fe, es decir, no sólo es difícil creer en el infierno o en el pecado original, sino que hay que ayudar a creer en sí mismo. El verdadero peligro, y por tanto el decisivo adversario de la fe y de la obra pastoral de la Iglesia no es tanto la herejía en el ámbito de una concepción fundamentalmente cristiana de la existencia -se acepta a Dios y después se yerra en un contenido particular- sino la apostasía, que aleja de una relación explícita y libremente asumida con el Dios Viviente...” (El predicador ante el espejo, Ediciones Paulinas, Colombia, 1989, págs. 38-41).
Conclusión
¡Son tantos los desafíos que se presentan hoy a nuestra fe cristiana! Sin embargo, no estamos solos frente a ellos. Ha de acompañarnos la firme certeza de fe de que Jesús está a nuestro lado dándonos fuerzas en nuestra tarea evangelizadora: yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo, nos sigue anunciando Jesús.
Por eso, durante este año, en la diócesis nos queremos proponer el gran desafío de mostrar el rostro de una Iglesia Madre que cobija y ampara a sus hijos. Dentro de ella hemos de tener la oportunidad de encontrar el espacio para sentirnos hermanos y crecer en la comunión.
En ella, por la fuerza del Espíritu Santo, hemos de encontrar la fuerza y el coraje para anunciar a Jesucristo, el único Salvador.
María Santísima, Ntra. Sra. del Valle, Madre de la Iglesia, concédenos que este trienio de preparación al Jubileo diocesano vaya disponiendo nuestros corazones para un nuevo Pentecostés.
+Adolfo A. Uriona fdp
Obispo de Añatuya