por Patricia Moris

¡Una parroquia que se extiende más allá de sus límites físicos!

Los amigos de la parroquia del Boquerón son amigos de la diócesis de Añatuya

Jurídicamente la parroquia de San José de las Petacas tiene su sede en San José del Boquerón y abarca un área de 60 km por 60 km, en el Departamento Copo, al norte de la diócesis. Allí viven aproximadamente unas 7.500 personas. Sin embargo, muchos otros, desde diferentes lugares de la Argentina y del mundo, tenemos nuestro corazón puesto en este rincón del monte santiagueño.

La parroquia se inició hace 36 años, cuando monseñor Gottau pidió a los padres jesuitas que se hicieran cargo de esa zona. La Compañía de Jesús aceptó y envió al lugar al padre Juan Carlos Constable (sj), que aún permanece allí y sigue siendo el párroco, y al padre Agustín López (sj), quien falleció tres años después. Cuando ellos llegaron todo era un monte de espinas. No había capilla, ni hospital, ni transporte, ni caminos. El aislamiento era enorme. Las casas estaban dispersas y en toda la extensión parroquial había sólo siete escuelas. Pero estaba la gente, con valores extraordinarios y con una fe y una religiosidad muy pura, que se sostenía con las enseñanzas transmitidas de generación en generación, porque hacía 200 años que no había presencia sacerdotal en el lugar.

Lo primero que hicieron los padres fue ponerse al servicio de la gente, tanto en lo espiritual, como en lo material. La parroquia se fue formando en un diálogo constante con los pobladores, tratando de dar respuesta a sus necesidades reales. Lentamente, al sabio ritmo santiagueño, pero avanzando siempre….

Al principio, no tenían los conocimientos que luego fueron adquiriendo (ladrillos, verdura, casa, vidrio, huertas, etc.). No so-lamente lograron valorar las escuelas, sino que también pudieron apreciar y construir comunidades, grupos comunitarios. Y esto se concretó en proyectos de bienestar material (represas, pozos perforados, aljibes, erradicación de ranchos, construcción de canales de agua, pasarelas, grupos de campesinos, de apicultores y de teleras). Un largo camino de crecimiento, que todavía continúa…

Simultáneamente, para poder avanzar, se hacía necesario buscar ayudas afuera. Se requería gente que aportara lo que estuviera a su alcance: capacitación, dinero, tiempo, oraciones, etc. Y, de la misma manera que se empezó a construir en todos los ámbitos parroquiales, también fueron apareciendo personas deseosas de colaborar con la misión.

La actitud abierta y entusiasta del padre Juan Carlos y de Mary Quadri, una laica, que está viviendo en la diócesis desde hace cuarenta años y se sumó a la tarea parroquial en 1979, ayudó muchísimo a la difusión de la obra. Ellos siempre invitaban (y lo siguen haciendo) a conocer el lugar, a visitar a la gente. Conscientes de que la mejor forma de comprometerse con la obra es acercarse a ella, estuvieron siempre dispuestos a recibir a todos los que deseen ir, con una hospitalidad, que es reflejo de la que tienen los pobladores.

Así fueron integrándose diferentes personas y grupos. Por ser una obra jesuítica, tenemos muchos amigos relacionados con la Compañía de Jesús, de la Argentina y también de España y de Suiza. Otros se acercaron providencialmente, sin que ninguna lógica aparente los vincule. ¡Colaboradores en Buenos Aires, Córdoba, Santiago capital, Alemania, República Checa y hasta en Japón! Grupos de todas las edades: jóvenes y mayores, que han permanecido fieles a la misión desde los inicios. Grupos de matrimonios, grupos misioneros que son integrados por hijos de otros que en su juventud habían misionado en la zona, santiagueños nacidos en la zona parroquial que ahora viven en Buenos Aires, pero se reúnen para tratar de ayudar a sus familias en lo económico, en la salud, en la obtención de la titularidad de las tierras… ¡Tantas personas con deseos de dar una mano, que fueron acercándose gradualmente y la mayoría de las veces sin tener conexión, unos con otros!

Con los años, y gracias a la visión del padre Juan Carlos, fuimos interrelacionándonos, coordinando actividades, compartiendo experiencias, enriqueciéndonos mutuamente. Y se fue tejiendo una auténtica red de amigos y colaboradores parroquiales que cada día funciona mejor.

¿Qué es lo que atrae a tanta gente a comprometerse con este lugar y esta obra tan alejada de sus propias realidades?

Indudablemente, la que convoca y reúne es la gente santiagueña, sus valores, su sencillez. El que visita con el corazón abierto resulta cautivado, porque descubre una lógica que es diferente de la que él traía. Hay muchísimas anécdotas que demuestran la admiración y el asombro de los que llegamos a Boquerón con mentalidad de ciudad y descubrimos la sencillez de la gente. Una de las Hermanas Dominicas de la Anunciata que visitó varias veces la parroquia con grupos misioneros de Buenos Aires, nos contaba la experiencia que tuvieron en uno de los viajes. El grupo estaba integrado sólo por mujeres, chicas jóvenes al cuidado de la hermana. Llegaron para instalarse en uno de los parajes; las recibió un grupo de pobladores. Como ya anochecía y no había luz eléctrica en la zona, se apuraban a aco-modarse en la capilla, que era donde iban a vivir.

La gente, que las acompañaba, se despidió y volvió a sus casas, pero quedó allí un grupo pequeño de hombres solos, que no se movían del lugar. Era ya muy tarde y querían irse a dormir, pero les provocaba desconfianza la presencia de esta gente que se mantenía en silencio, a corta distancia. Finalmente uno de ellos se acercó a la hermana y le preguntó si podían, en los días en que iban a estar allí, darles algunas clases de matemática porque necesitaban aprender la superficie del rectángulo, el 'por ciento' (refiriéndose al porcentaje), y varios temas más que les resultaban útiles cuando salían a trabajar en las cosechas o los obrajes, para conocer la extensión de las zonas que tenían que abarcar o cuánto les correspondía cobrar. Todo el grupo misionero se sorprendió mucho al descubrir el humilde pedido de esta gente, que manifestaba abiertamente su vulnerabilidad y su deseo de aprender, y el contraste con el miedo que ellas habían sentido, al verlos como una amenaza.

En Boquerón y en toda la diócesis, esca-sean los bienes materiales, tan valorados en el mundo “desarrollado”, pero en cambio abundan los bienes humanos. Los visitantes descubrimos la generosa hospitalidad con que nos tratan y nos sentimos parte de la familia. Nos sorprendemos con la solidaridad que hay entre ellos ante el dolor, con la naturalidad con que asumen la vida y la muerte, con su aceptación confiada de la voluntad de Dios.

También contagia y despierta admiración la entrega del padre Juan Carlos y de Mary, su capacidad de acompañar a los pobladores en sus dolores y anhelos, como canal perfecto del que Dios se vale para transmitirles su amor. Su compromiso alegre es capaz de dar la salud y la vida, la coherencia con que se han manejado desde el inicio de la parroquia, la constancia y la paciencia con que van asistiendo el crecimiento, la transparencia con que se manejan en lo económico, todo, va dando un modelo de amor, al que dan ganas de sumarse.

Fe y justicia

La identidad jesuítica de la parroquia ha hecho que en todas las tareas parroquiales y en la vida misma de la obra siempre hayan estado integrados el servicio de la fe y la promoción de la justicia, como una dualidad única. Esta característica nos ha abarcado también a los colaboradores.

Muchos se acercan movidos por el deseo de ayudar económicamente, pero al conocer la misión e involucrarse con la vida de los pobladores empiezan a participar de la comunidad de fe. Del mismo modo, los grupos misioneros ven la realidad y las carencias de la gente y, gradualmente, se sienten llamados a un mayor compromiso, que favorezca el crecimiento humano.

Comunidad de solidaridad

Boquerón, poco a poco, se ha ido transformando y también, gracias a Boquerón, los corazones de muchos que no vivimos ahí han ido cambiando, porque en el intercambio hemos podido asimilar los valores de los pobres. Boquerón dio un nuevo sentido a nuestras vidas, a nuestra fe, y nos dio una nueva capacidad de acercarnos a Dios y de ser comunidad.

Como dice el padre Juan Carlos: “Nuestros colaboradores entregan apoyos humanos necesarios y aquí reciben los valores de los pobres: su dolor y su esperanza. Cuando el encuentro se produce y se concatenan las dos cosas, los pobres saltan de alegría y los visitantes se dan cuenta de que su apoyo material se llena de sentido, no es un mero asistencialismo, sino que pueden participar del Espíritu de la comunidad parroquial”.