Por monseñor Adolfo Uriona f.d.p.
Carta pastoral con motivo de la clausura del año jubilar diocesano
INTRODUCCIÓN
Queridos hermanos:
¡PAZ!
Con motivo de los 50 años de la creación y el inicio de la diócesis de Añatuya estamos celebrando el JUBILEO DIOCESANO.
Desde el año 2008 venimos transitando un triduo de preparación para la celebración del mismo y lo concluiremos con un Encuentro Diocesano que realizaremos, Dios mediante, desde el 30 de septiembre al 2 octubre del corriente año. El 1º se conmemorará la llegada a este lugar del primer Obispo, mons. Jorge Gottau, de feliz memoria.
Cada año nos propusimos un lema a fin de que orientara toda la actividad pastoral y así, con tiempo y desde el interior del corazón, se fuera preparando cada bautizado y cada comunidad para este gran acontecimiento.
Desde el 1º de octubre del año pasado hemos iniciado un Año Jubilar promoviendo una Gran Misión en toda la diócesis bajo el lema: “De una Iglesia misionada a una Iglesia discípula-misionera”.
Ya llegando al final de este año y palpitando el Encuentro de clausura de este año de Gracia quisiera hacer algunas reflexiones intentando descubrir qué es lo que nos pide Dios para esta hora de la Iglesia en Añatuya, en la situación de desafío que esta cultura “posmoderna” presenta a toda la Iglesia y donde es imprescindible volver a anunciar con toda claridad el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Una “memoria agradecida”…
Lo primero que surge del corazón es una “sentida acción de gracias a Dios” que, en su Providencia amorosa, quiso elegir a monseñor Gottau como obispo de la diócesis de Añatuya.
Él asumió esta misión consciente del desafío que se le presentaba…
Cuando llegó a estos inhóspitos lugares el 1° de octubre de 1961, se encontró con un territorio de 68.000 km2, sin 1 metro de asfalto, con unos 100.000 habitantes que vivían en su inmensa mayoría en ranchos infectados de vinchucas. Se tuvo que topar con problemas de escasez de agua, de graves carencias en el plano sanitario, educativo, social, sin una casa donde alojarse y, para colmo de males, la actitud de un pueblo mayoritariamente socialista que lo recibió con hostilidad o indiferencia. Es muy ilustrativo el estribillo que corría por la ciudad en esos días: “¡Gottau, Gottau, qué pueblito te ha tocau!”…
Podía contar para encarar la inmensa labor pastoral con sólo 7 sacerdotes; no había ninguna religiosa ni laicos consagrados. Lógicamente debía preguntarse con angustia frente a este panorama tan desolador: ¿por dónde empezar?, ¿qué hacer?...
Un relato interesante que nos describe la característica de la población, nos lo cuenta el padre Emilio de Elejalde -redentorista como mons. Gottau, que iba para acompañarlo sólo por 6 meses y estuvo con él los 31 años de su ministerio episcopal-, cuando hicieron su primera visita al interior de la diócesis:
“El maestro nos acompañó hasta el río Salado. Estaba seco y ahí, en el lecho del río, habían hecho un pozo. Cuatro mujeres con jarritos sacaban agua e iban llenando sus baldes. El Obispo dijo: “Buenas tardes”. Ninguna contestó. Entonces el maestro les dijo: “Contesten, digan buenas tardes, es el Obispo de Añatuya, que nos va a visitar muchas veces”. Dijeron buenas tardes pero no levantaron la cabeza. Esa era la gente de monte adentro…”
De una manera sobria y realista, el mismo padre Emilio nos brinda este testimonio acerca de la abnegación y entrega del Obispo en esas primeras épocas:
“Aunque Monseñor tuvo momentos de intensa depresión que lo hicieron sufrir mucho, nunca dejó de preocuparse por los problemas de la gente en esa zona tan difícil que el Señor, en su Providencia, le encomendara como tarea pastoral…”
También nos encontramos, en el rico historial de la diócesis, con gran cantidad de sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos consagrados y voluntarios, que han venido desde distintos países a trabajar en esta tierra; muchos de ellos donando gran parte de su vida al servicio de la gente más pobre de estos lugares.
¡Cómo no tener un corazón agradecido a esa Providencia por estos hombres de Dios, a quienes más tarde se le sumó como sacerdote el que fuera el segundo obispo de la diócesis -monseñor Antonio Baseotto-, por su tarea evangelizadora en estos lugares tan inhóspitos y olvidados de todos y donde implantaron una Iglesia “servidora de los pobres” con múltiples estructuras para el servicio de los más necesitados!
De la misma manera son numerosos los grupos misioneros y/o fundaciones e instituciones de diversa índole que vinieron y vienen a prestar su servicio generoso y desinteresado, en nuestras zonas apartadas, realizando una importante tarea asistencial, de promoción, educación y de transmisión de la fe.
Ahora nos toca a nosotros seguir trabajando intensamente en el presente y proyectando el futuro en consonancia con la Voluntad de Dios para los nuevos tiempos que se nos presentan.
Lo expresa muy bien la Oración de la Misión Diocesana:
“…Hemos recibido mucho
en estos 50 años como diócesis,
por eso, es tiempo de dar desde nuestra pobreza
dejando atrás la pasividad y el conformismo…”
Una realidad nueva y desafiante:
El presente se nos presenta particularmente desafiante porque ha cambiado notablemente el mundo y la cultura en estos 50 años. Como se expresa, estamos no en una época de cambio sino en “un cambio de época”.
Nos decían los Obispos de Latinoamérica y el Caribe en Aparecida (Brasil, 2007):
“…Se abre paso un nuevo período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado por el desconcierto generalizado que se propaga por nuevas turbulencias sociales y políticas, por la difusión de una cultura lejana y hostil a la tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas religiosas, que tratan de responder, a su manera, a la sed de Dios que manifiestan nuestros pueblos”.
La cultura que nos rodea (globalizada) pone en reto nuestra Fe cristiana…
Se nos están imponiendo pensamientos, modos y actitudes de vida “extraños y hostiles” a nuestro ser católico. Los medios de comunicación y diferentes propuestas que nos vienen aún de manera “oficial”, continuamente están atacando, directa o veladamente, las raíces cristianas de nuestro pueblo.
¿Qué hacer frente a esta cultura avasallante que parece arrasar con todos los valores que siempre nos enseñaron y que llevamos dentro nuestro desde pequeños…?
En estos momentos de tanta confusión y desorientación para los que profesamos la fe y siguiendo las reflexiones de los Obis-pos en Aparecida, pienso que lo primero y fundamental que debemos procurar es:
“Volver a comenzar desde Jesucristo”…
“En este momento, con incertidumbres en el corazón, nos preguntamos con Tomás: “¿Cómo vamos a saber el camino?” (Jn 14, 5). Jesús nos responde con una propuesta provocadora: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Él es el verdadero camino hacia el Padre, quien tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (cf. Jn 3, 16). Esta es la vida eterna: “Que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado” (Jn 17, 3). La fe en Jesús como el Hijo del Padre es la puerta de entrada a la Vida. Los discípulos de Jesús confesamos nuestra fe con las palabras de Pedro: “Tus palabras dan Vida eterna” (Jn 6, 68); “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).
Volver a partir desde Jesucristo significa que todos debemos tener, de una manera renovada, un encuentro personal con ÉL. Sin esta vivencia de Jesús como Señor, toda nuestra fe quedará reducida a una mera formulación teórica que no tiene incidencia en la vida y que no convencerá ni atraerá a nadie.
Debemos remontarnos a los orígenes, es decir, repetir la experiencia de los primeros cristianos que, al encontrarse con Jesús a través de la comunidad eclesial, eran capaces de dejarlo todo y seguirlo formando parte de su Iglesia, tal como nos lo expresa el libro de los Hechos de los Apóstoles:
“La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.
Y así José, llamado por los Apóstoles Bernabé -que quiere decir hijo del consuelo- un levita nacido en Chipre que poseía un campo, lo vendió, y puso el dinero a disposición de los Apóstoles” (Hech 4, 32-37)
Preguntas que nos interpelan…
Al finalizar el primer discurso de Pedro después de la venida del Espíritu Santo la gente conmovida por sus palabras le preguntó: ¿qué debemos hacer?...
De la misma podemos ir avanzando en nuestras reflexiones haciéndonos las siguientes preguntas que nos ayuden a buscar lo que Dios quiere para nosotros:
¿Cómo encontrarnos con Jesús?..., ¿cómo pasar de una Iglesia misionada a una Iglesia discípula-misionera?...; ¿cómo realizar una nueva evangelización en nuestra diócesis?...
Son cuestionamientos que nos interpelan profundamente y nos deben comprometer a dar una respuesta en serio, que no sea sólo de palabra, sino vital.
Las respuestas debemos buscarlas responsablemente entre todos, dado que el compromiso con la “nueva evangelización” ha de ser de todos -Obispo, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos ancianos, maduros, jóvenes, niños…- y ha de impulsarnos a renovar nuestro “ardor misionero” siguiendo el ejemplo de nuestro primer obispo, mons. Jorge Gottau.
Él, como ya dijimos, al venir a Añatuya se encontró con una realidad muy dura, sin embargo no se desanimó sino que buscó, inspirado por Dios, todos los medios necesarios a fin de llegar con el anuncio del Reino a todos, particularmente a los más pobres y desposeídos.
Algunos caminos para nuestra diócesis…
Siguiendo con las preguntas…
¿Cómo debemos continuar después del Jubileo?, ¿qué hemos de llevarnos del Encuentro final y qué debemos hacer en nuestras comunidades?...
Se me ocurren algunas cosas que no son nuevas sino que las venimos reflexionando desde hace tiempo en nuestros encuentros pastorales de comienzo de año y en las reuniones zonales, pero que deben cobrar un nuevo impulso como consecuencia del Jubileo.
1º. La renovación de las parroquias: para que nuestros fieles puedan encontrarse con Jesús debemos procurar renovar las personas y las estructuras.
Éstas han de tener una clara función “mediadora” para que nuestro pueblo se encuentre con el Señor, sino se convierten en “estructuras caducas” como expresó el documento de Aparecida.
Ante todo deben renovarse los agentes pastorales, particularmente los sacerdotes:
“La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso mi-sionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración”.
También se ha de tener la capacidad creativa para involucrar muchos laicos en los grupos y en el trabajo misionero:
“Una parroquia renovada multiplica las personas que prestan servicios y acrecienta los ministerios…”
Creo que todo esto se inscribe en el tema de la “conversión pastoral”. Tanto el obispo, como los sacerdotes y los fieles laicos debemos buscar cómo “convertirnos” para hacer más transparente el mensaje de Jesús. La conversión supone, además, “renovar el ardor misionero” que nos impulse al anuncio del evangelio.
Creo que es necesario dotar a nuestras parroquias de más laicos comprometidos que lleven adelante las distintas áreas pastorales: liturgia, catequesis, Cáritas, misión, familia, medios de comunicación, pastoral social, familiar, educativa, etc…
Finalmente, la parroquia ha de ser “comunidad de comunidades” donde todos se sientan parte y protagonistas.
2º. La misión permanente: “…La Iglesia existe para evangelizar. Tiene como centro de su misión convocar a todos los hombres al encuentro con Jesucristo”
Creo que es importante que la experiencia misionera que hemos realizado a lo largo del año Jubilar no se termine con la clausura del Jubileo. Debemos continuar en “misión permanente”.
El gran desafío será cómo seguir manteniendo esa “tensión y disposición misionera”, primeramente los sacerdotes y luego los demás agentes pastorales. Debemos ser creativos, como lo rezábamos en la Oración por la Misión, para seguir anunciando a Jesucristo, para “salir” a buscar a los más alejados y también para0a todos a la Iglesia.
“Esta misión que Dios nos confía exige luchar contra nuestras inclinaciones egoístas y contra cualquier desánimo. La riqueza de la Buena Noticia reclama evangelizadores convencidos y entusiastas, como los primeros cristianos que daban testimonio de su fe con clara coherencia. …”
3º. El compromiso laical: es fundamental que se despierte en nuestra diócesis el compromiso de los laicos para una tarea más protagónica en la evangelización.
Decía la Oración para la Misión diocesana:
“Hemos recibido mucho
en estos 50 años como diócesis,
por eso, es tiempo de dar desde nuestra pobreza
dejando atrás la pasividad y el conformismo….”
Las áreas pastorales que trabajaremos en el Encuentro de clausura del Jubileo Diocesano tienen la finalidad de motivarnos para que luego se creen o se mejoren en las respectivas comunidades.
Podremos comprometer a los laicos si les mostramos un Cristo vivo y una Iglesia atrayente, lugar de encuentro con el Señor que da sentido a nuestra existencia.
4º. Finalmente y destacando un elemento muy importante, debemos caminar hacia la animación bíblica de toda la pastoral.
La Palabra de Dios ha de ser el centro de toda la renovación personal y comunitaria.
Una espiritualidad sólidamente fundada en la Palabra de Dios ha de convertirse en una necesidad imperiosa para todos los bautizados, y hemos de buscar de orientar, real y efectivamente, toda la pastoral desde la misma.
No será fácil alcanzar este objetivo. Después de muchos años de alejamiento de la Biblia, si bien hubo un repunte en la recuperación de su valoración aún está lejos de ser el centro de la vida de las comunidades, de las familias y de la espiritualidad personal.
El desafío es enorme. Mirando la liturgia, se constata que la Palabra de Dios no consigue, muchas veces, suscitar el diálogo entre Dios y el hombre.
Creo que la causa fundamental es la falta de una iniciación bíblica en la inmensa mayoría de los fieles. Sin una iniciación básica es prácticamente imposible que los oyentes de nuestras celebraciones sepan qué es lo que están escuchando y puedan descubrir en las lecturas que se proclaman un mensaje para su vida concreta.
Este problema se da también en la catequesis. Creo que nuestros catequistas conocen y leen poco la Biblia. ¿No será que en la formación de los catequistas les hemos transmitido conocimientos acerca de la Biblia pero no les hemos enseñado a leerla y a despertar en ellos el deseo de meditar y rezar con la misma?
Por ello creo que la primera y gran necesidad es la de motivar a una iniciación de la lectura orante de la Biblia, haciendo que la misma se vuelva “gustosa”, “sabrosa”; no como quien lee el diario (por arriba) o como quien estudia una lección.
Me parece fundamental promover la mayor cantidad de iniciativas posibles a fin de ayudar a todos los fieles, pero particularmente a los agentes pastorales más comprometidos, a reforzar sus conocimientos de la Biblia, a ayudarlos para hacer una lectura creyente de la misma y motivarlos para leer y meditar asiduamente la Palabra de Dios, personalmente y en comunidad.
CONCLUSIÓN:
Es mi deseo que todos podamos descubrir qué la celebración del JUBILEO DIOCESANO sea un “kairós”, es decir un momento particular de “intervención de Dios” en nuestra Iglesia particular de Añatuya a fin de renovarla en su impulso evangelizador.
Termino con la última frase de la Oración por la Misión:
Que María nuestra Madre
nos permita celebrar misionando
estos 50 años de bendición
y gracia para nuestra diócesis,
y nos encienda en aquel mismo fervor
que nuestro primer Obispo,
Jorge Gottau, tuvo por anunciar tu Palabra.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
Añatuya, 31 de julio de 2011
Fiesta de Ntra. Sra. de Huachana