Por monseñor Adolfo Uriona f.d.p.

Visita “Ad límina apostolorum”

Desde el 26 de marzo al 3 de abril formé parte del segundo de los tres grupos de obispos argentinos en su “Visita ad limina apostolorum”, que nos correspondía hacer en este 2009.

¿En qué consiste esta visita?
Cada siete años, aproximadamente, todos los obispos del mundo tienen que visitar al Santo Padre a fin de tener un coloquio con el Sucesor de Pedro a quien Jesucristo le confiara la misión de “confirmar en la fe a sus hermanos” (Cfr. Lc 22,32)

En noviembre del 2008 todos los obispos debíamos presentar un detallado informe (de unos 27 items) narran-do la situación pastoral de nuestras diócesis.

Durante nueve días hemos visitado 17 “dicasterios roma-nos” que son como los “ministerios”, podríamos decir así, que ayudan al Papa en el gobierno pastoral de toda la Iglesia Católica.

Allí, en un diálogo fructuoso, exponíamos nuestra situa-ción pastoral con sus luces y sombras, oportunidades y desafíos, logros y fracasos que experimentamos en la delicada misión que nos ha sido confiada de pastorear al Pueblo de Dios.

El momento principal y muy emocionante fueron los dos encuentros que tuvimos con Benedicto XVI. El primero personal y el segundo grupal.

El encuentro personal con el Santo Padre lo tuve el 30 de marzo a las 11.30 y fui junto con el padre Rodrigo Valdez de la arquidiócesis de Buenos Aires, quién acompañó durante años al grupo misionero Santiago Apóstol en sus misiones por Añatuya y que está estudiando en Roma. Luego del saludo y las fotografías pertinentes el padre Rodrigo se retiró y yo comencé la entrevista personal con el Santo Padre.

Lo primero que me llamó la atención es que lo pude ver “muy entero”, pesar de sus 82 años y del extenuante viaje por varios países del África del que acababa de llegar. Posee una lucidez intelectual impresionante. Además, su trato sumamente amable y su cercanía pa-ternal realmente me conmovieron.

Pude hablarle de la realidad de la diócesis y mi trabajo en la misma. Me escuchaba con sumo interés. Pensaba para mí: “con tantos problemas y dificultades que debe afrontar diariamente este hombre yo vengo a distraerlo con las pequeñas cosas de mi realidad”... Sin embargo experimentaba fuertemente que, en ese momento, era mi persona lo único que le interesaba y estaba allí para dialogar conmigo.

Me preguntó cómo estaban las familias, los jóvenes, la situación de pobreza, los sacerdotes… Le agradecí la Carta que nos había enviado a los obispos y pude hablarle con libertad de todo. Al final poniéndome de rodillas, le pedí la bendición para mí y para la Iglesia particular de Añatuya.

Salí de esa entrevista con un consuelo muy grande; agradeciendo infinitamente a la Divina Providencia me había regalado la oportunidad de compartir 15 minutos con un “auténtico hombre de Dios”.